En Centro Terapéutico La Garriga ya hace mucho tiempo que confiamos en los beneficios de la literatura como parte de un buen proceso de recuperación.
Desde las primeras etapas del proceso, se fomenta el hábito de la lectura entre los pacientes. Este es un hábito que en muchas ocasiones la persona adicta al llegar al tratamiento tiene olvidado y aparcado desde hace mucho tiempo, si es que alguna vez lo ha practicado, y que al ponerlo en práctica permite trabajar la concentración y la memoria, y encontrar una forma de entretenimiento terapéutico, que facilita dejar atrás otros hábitos que podrían ser negativos y asociados al consumo.
En las dinámicas de nuestro Centro de Día es habitual encontrar ejercicios y talleres enfocados hacia la lectura, la comprensión y el análisis crítico de textos, así como otros en los que de lo que se trata es de escribir el propio testimonio, o realizar reflexiones escritas.
Estas son las razones para que en nuestro blog encontréis una sección titulada “LETRAS VS DROGAS”, en la que tanto los integrantes del equipo, como los pacientes y amigos del centro, tenéis un espacio donde publicar vuestros escritos.
Hoy presentamos un texto escrito por uno de nuestros pacientes, J.M.
¡Qué drogata eres! Con estas palabras, la señora directora, me conquistó terapéuticamente. Lo que, a priori, puede parecer una ofensa, para mí es una realidad y, he de reconocer, que me encanta que me lo diga de vez en cuando. Me ayuda a recordar de dónde vengo y dónde no quiero volver. Porque es así. No sé, bien del todo, quién soy o qué quiero. Lo único que sé es que soy adicto y que, debido a eso, he terminado en un centro de adicciones, afortunadamente.
Mi realidad siempre ha estado distorsionada y, en cierto modo, aún lo sigue estando, ya que nunca me he dado tregua, hasta ahora. De hecho, mi realidad, no era mía. Mis pensamientos, no eran míos. Mis sentimientos, no eran míos. Ni mis actos eran míos, porque yo nunca he estado como tal, por tanto, no podía pensar, sentir o hacer como quien soy. El que estaba allí era alguien que se parecía físicamente a mí, pero que no tiene nada que ver conmigo. A mí no me gusta mentir, pero tenía que hacerlo. A mí no me gusta hacer sufrir a mi familia, pero no podía evitarlo. A mí no me gusta engañar a nadie, pero me veía forzado a ello. Y ahora empiezo a ver que, durante todo este tiempo, sólo me he estado engañando a mí mismo.
Actualmente, mi vida a dado un giro de ciento ochenta grados. No sé ni cómo, pero hace casi un año que dejé de consumir. Bueno, realmente, sí que lo sé. Simplemente, pedí ayuda aunque, en un principio, no tenía mucha fe. No creía en mí mismo. Durante mi etapa en activo me decía que no tomaba tanto, que podía controlarlo y un sinfín de sandeces que lo único que hacían era tapar un sentimiento que también tenía. En el fondo, sabía que algo no iba bien pero no sabía exactamente qué era, ni qué podía hacer al respecto, ni tampoco me importaba mucho. Tenemos una capacidad inhumana para soportar el sufrimiento. Por mucho que nadie lo intente explicar o ilustrar, sólo una adicto conoce este infierno. Pero se puede salir. Lo veo cada día en la gente que me precede. Si bien es cierto que tenemos que esforzarnos de forma individual, sólo podemos conseguirlo con la ayuda de otros. De los que ya lo han hecho, de los que lo están haciendo y de los que nos rodean, si quieren. Somos tan buenos en el arte del autoengaño y la manipulación que se necesitan la mayor cantidad posible de ojos para que no nos salgamos del camino, que es nuestra tendencia natural.
Y aquí estamos, trabajando en equipo, colaborando y compartiendo unos con otros. Por fin, compartiendo de verdad. Haciéndonos mejores cada día. Hablando claro de una vez por todas. De igual a igual. Descubriendo qué hay ahí debajo. Nunca pensé que lo diría pero, lo que empiezo a ver, por momentos, me gusta. Me gusta lo que veo en los demás, también. Veo mucha enfermedad pero, definitivamente, veo personas. Lo hemos pasado mal. No lo hemos sabido hacer. Pero ahora hay un objetivo real que nunca antes había contemplado. Hay una razón. Hay un por qué. El objetivo es vivir. Sin más. Con sus cosas buenas y sus no tan buenas. Vivir, con todo lo que ello conlleva, ha sido el gran descubrimiento de todo este proceso porque, por mi parte, hasta la fecha no lo he sabido hacer, pero me están enseñando, por lo que siento una enorme gratitud.