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SJ1San Juan. La noche más corta del año.

Subo al tren de camino a casa y, a pesar de que esté abarrotado, consigo encontrar un rincón en el que apoyarme y ver pasar el paisaje a través de las ventanas. Ahora solo veo casas, pero sé que más adelante podré ver el mar.

Oigo a un pequeño compañero de viaje dirigirse a su padre.

  • ¿Cuándo tiraremos los petardos, papi?

El niño tiene la mirada de ilusión e impaciencia tan propia de esa edad. Cuando ve que lo miro se agarra instintivamente de la pierna de su “papi”. Me entran ganas de decirle que, cuando tenía su edad, yo también esperaba impaciente la verbena. Me encantaba el olor a pólvora, me encantaba ver a mi madre bailar, y me encantaba corretear arriba y abajo con los otros niños tirando “bombetas” y haciendo dibujos con la luz de las bengalas.

De mayor, cuando el consumo de alcohol y otras drogas ya formaba una parte importante de mi vida, también esperaba con impaciencia esta noche. Siempre había un plan interesante y, sobretodo, había una excusa perfecta para ponerme hasta arriba de todo. La mayoría de veces, esa era la mejor parte de la fiesta, la ilusión previa. Porqué una vez empezaba, el resultado no era exactamente lo que había planeado. Problemas varios, peleas, mentiras, tener que andar escondiéndose, y lo peor de todo, la ansiedad de más cuando la cosa parecía empezar a acabarse, el no poder dormir, y el fatídico día siguiente.

A día de hoy, esas dos épocas quedan ya muy lejos. Hace aproximadamente diez años que me puse en tratamiento, y la noche de San Juan se ha ido convirtiendo en una celebración familiar. La mayor ilusión de ahora es ver las emociones reflejadas en los ojos de mis pequeños, como la he visto en el niño del tren.

Me gustaría poder explicarle todo esto, pero no lo hago. Pensaría que soy un loco. Me gustaría decirle que grabe muy fuerte en su cerebro todos estos recuerdos. Me gustaría decirle que, cuando crezca, no empiece a consumir, que no vale la pena, que aprenda a disfrutar de la vida sin drogas, que mola más.

He vivido en mis propias carnes el sufrimiento que conlleva ser un adicto, y lo veo cada día en mi trabajo. He sido un afortunado al llegar al tratamiento y recuperarme. La vida me ha dado una segunda oportunidad y la estoy aprovechando. He podido construir una relación sana con mis hijos, he podido descubrir el amor, he podido desarrollarme como persona y realizarme profesionalmente gracias a la recuperación. He tenido mucha suerte pero muchos otros no la tienen.

Preferiría que este niño no lo probara, ni él ni ninguno, pero eso no va a suceder. Mientras tanto mejor intentar ayudar a quienes piden ayuda para salir del pozo, y acompañarles en la construcción de un nuevo proyecto. Un nuevo San Juan.

 

 

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