¿Os ha pasado alguna vez al subir una escalera, que al llegar arriba, despistados, buscáis un último escalón con el pie y pegáis un tropezón porque ya no había ninguno más?. Bien. Pues algo parecido nos pasa a muchos adictos a las drogas al recuperarnos.
Cuando uno llega a un tratamiento de desintoxicación por su adicción al alcohol y otras drogas, creedme, lo hace en un estado físico, emocional, social y de autoestima tan bajo, que podríamos decir que empieza un camino desde el sótano… Nivel menos diez, más o menos.
Superado el susto inicial y la desintoxicación física, para aquellos que decidimos aprender a vivir sin tomar, el tratamiento nos muestra el camino: una escalerita que hay que subir peldaño a peldaño para llegar hasta la planta baja, o sea, a la normalidad.
Algunas partes de esa escalera son verdaderamente desagradables. Es oscura, huele mal, sus escalones son resbaladizos y una caída se antoja peligrosa, ya que en algunos tramos la inclinación es considerable. Pero los terapeutas y compañeros nos dan la mano. Nos hacen sentir más seguros y nos ayudan a mantener el equilibrio.
Por supuesto, a medida que uno va subiendo, cada vez encuentra menos tramos de este tipo y, en cambio, se encuentra con partes agradables de la escalera, en los que una galería permite que se filtre la luz que llega de arriba. Una luz tanto tiempo olvidada, una luz que reconforta, porque es la prueba de que en la superficie sigue brillando el sol.
En estos tramos a algunos adictos -como llamados por el canto de las sirenas- les entran tremendas prisas y empiezan a subir corriendo la escalera, saltando los escalones de dos en dos, sin hacer caso de los gritos de advertencia del grupo que les avisan de algún peligro cercano con el que, lamentablemente, suelen tropezar para caer nuevamente hacia los pisos inferiores llenos de magulladuras.
Aquellos adictos que logran tener la paciencia suficiente para subir escalón a escalón, sin soltar la mano de sus compañeros, y teniendo el debido respeto a los tramos más difíciles, un día logran llegar a la superficie. Y es entonces cuando muchos de ellos buscan en la mirada de sus terapeutas y veteranos una respuesta… ¿Por donde sigue la escalera? Quieren llegar más arriba, como Ícaro en busca del calor del sol.
Ayer Jose se sentó a mi lado en la mesa, hace semanas que se le ve más serio que de costumbre, quizás preocupado.
– ¿Qué te pasa Jose?
– No lo sé Xavi. Estoy cansado. Hace meses que no paro. He conseguido un ascenso en el trabajo. Me he matriculado en la universidad y he cargado mi expediente de sobresalientes. He empezado a salir con una chica preciosa, tal vez vayamos a vivir juntos. Estoy haciendo un montón de deporte, la semana pasada superé mi mejor marca en una maratón… ¿Sabes?
– Qué bien.
– Pero hay días en que miro todo lo que he conseguido y pienso… Vale. Y ahora… ¿qué?
Cuantas veces tuve yo la misma sensación y me hice la misma pregunta: ¿Y ahora qué?
Pues ahora nada, amigo… NADA. No hay premio. No hay colocón. Has conseguido dejar atrás el sótano del que saliste y tienes la oportunidad de vivir una vida normal. Sin drogas. Con sus buenos y malos momentos. Con alegrías, con desilusiones, con días reconfortantes en los que brilla el sol y con días grises, lluviosos y aburridos. ¿Te parece poco? Pues es lo que hay. No hay más. Aunque ya es mucho…
Si quieres puedes construir algo. Lo que te apetezca. Construye una casa, con dos o tres plantas, y conseguirás unas bonitas vistas y un lugar donde vivir a gusto. Pero no pretendas llegar al sol. No se puede. Al final te la pegas.
¿Te imaginaste una vida color de rosa y repleta de fuegos artificiales una vez recuperado? Pues te equivocaste. La vida es lo que es. Trata de llenarla de pequeñas gratificaciones, valóralas y disfrútalas, y capea lo mejor que puedas los momentos desagradables.
Y sobre todo… cuidadín por donde andas, no vayas siempre embelesado mirando al cielo, en busca de esos fuegos artificiales… no sea que tropieces y caigas otra vez al sótano.