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Haz una lista de cosas que te gustaría cambiar.

Ahora divide esa lista en dos: Aquello que NO puedes cambiar, por un lado. Y aquello que TE CUESTA cambiar, por el otro.

Puede parecer una diferencia sutil, pero en realidad es enorme. Y para una persona adicta en recuperación, además, resulta vital aprender a diferenciarlo.

A grandes rasgos, podemos decir que hay dos tipos de cosas que no podemos cambiar por mucho que queramos: A los demás, y al pasado.

Y hay básicamente otra en la que, aunque cuesta y requiere de buenos esfuerzos, si podemos conseguir cambios: En uno mismo.

Estando en activo, la mayoría de nosotros justificábamos nuestro malestar (y por tanto nuestros consumos) a partir de cosas que nos gustaría cambiar, pero no podíamos. Y en cambio, todo aquello que sí que podríamos haber cambiado con esfuerzo, nos agotaba, le quitábamos importancia y lo dejábamos para mañana.

Nos encantaba quejarnos de la mierda de sociedad en la que vivimos, todo consumismo, avaricia y corrupción. Éramos expertos en señalar los defectos de la gente que nos rodeaba y, especialmente, en cómo estos nos perjudicaban claramente. Dedicábamos horas al exquisito arte del lamento por aquellas circunstancias ajenas a nosotros que nos impedían llevar a cabo nuestros planes.

lamento

Cuanta energía dedicada a todo aquello que quiero cambiar… pero no puedo. Cuantos motivos para mandarlo todo a paseo, sobran las justificaciones para pedirme otra copa. Pobrecito de mí.

Claro… Tanta energía gastábamos que luego no nos quedaba ninguna para levantar-nos por la mañana y cumplir con nuestras responsabilidades y nuestros horarios. Ni un poco de energía para pedir perdón por nuestros errores. Ni tampoco para hacer aquello con lo que nos habíamos comprometido.

Puedo decir que uno de los cambios de actitud que más me ha ayudado en mi proceso de recuperación ha sido este, aprender a darle la vuelta a esta tendencia. Dejar de lamentarme por lo pasado. Dejar de quejarme por lo difícil que los demás me lo ponen. Girar la cámara y enfocarme a mí mismo. Preguntarme qué puedo hacer YO para que mi situación, poco a poco, mejore. Levantarme del sofá. Apagar la cabeza y encender las piernas.

Lo que no puedo cambiar, toca aceptarlo.

Lo que me cuesta cambiar, toca ponerse a trabajar en ello.

trabajo

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